lunes, 5 de septiembre de 2011

Notas sobre la enseñanza





Eduardo Chávez Romero


Hablar de enseñanza remite necesariamente a hablar de aprendizaje, es decir ¿podríamos justificar la labor docente sin la del alumno? ¿La de un padre, una madre, sin la de un hijo(a)? ¿Se imagina usted enseñar a leer a una pared, sin un gesto, sin una palabra, sin un eco, sin un sentimiento? Pero, ¿Qué es enseñar? Enseñar involucra primeramente y finalmente y así cíclicamente un proceso de humildad, de empatía, de dialogicidad constante con el otro, los otros y el mundo. En este sentido, el otro, los otros, somos nosotros mismos, pues al enseñar aprendo de las dudas del otro, de los otros, enseño lo que de alguien aprendí, y aprendo, lo que alguien me enseñó. Mi intención no es confundirlo, más bien es, la de dialogar, la de comunicarle a usted que todo en el mundo está dialógicamente conectado por algo intangible, por algo dialécticamente trastocado.

Enseñar no es pararse ante al otro, los otros, y hablarle de cualquier cosa, y si no se sabe esa cualquier cosa: ¡¿se inventa?! Inventarle al otro, no es sólo un error metodológico, sino un fallo ético. Presentarse ante el otro, los otros, es transmitirle contenidos, actitudes, valores, desarrollar en ellos capacidades y es por ello que no se le puede mentir, no se debe inventar; aquí es en donde regreso a la cuestión de la humildad, enseñar involucra el decir "no sé", "pero lo podemos investigar", no somos seres cerrados que ya lo aprendieron todo y lo único que les queda en la vida es enseñar; pues como se escribió al inicio, enseñar remite dialógicamente al aprender.

Enseñar exige corporificación de la palabra con el ejemplo, no sirve de nada hablarle al otro, los otros de democracia, si en el salón de clases o con mi familia o conmigo mismo soy un dictador, no hay peor enseñanza que la que se opone entre lo dicho y lo hecho. Si estamos educando en Democracia, estamos enseñando Democracia y, si estamos enseñando Democracia, estamos aprendiendo Democracia. Enseñar exige tomar riesgos a lo nuevo, a innovar (más no inventar), a renovarse día a día, a seguir aprendiendo noche tras noche.

Enseñar requiere respeto por la autonomía del otro, los otros. Si enseñar es humildad, seamos humildes ante los otros, no invadamos su autonomía, respetemos su pensar pero trastoquemos su sentir; es decir, reflexionemos con ellos. Enseñar obliga reflexionar la praxis del mundo, pero también, hacer algo por el mundo; enseñar invita a pensar que somos sujetos históricos capaces de modificar el entorno, pues del entorno aprendemos constantemente. Enseñar demanda alegría y esperanza de hacer las cosas mejor, de ser mejores seres humanos, pues la esperanza, la alegría y la utopía son el motor de la humanidad. Si usted no tiene esperanzas, no guarda y comparte alegrías, no imagina utopías, le invito a no enseñar, pues le queda mucho por aprender.

Y no me alargaré, pues enseñar también invita a retirar la palabra en el momento en que el otro, los otros, tienen algo por contarnos. Sólo concluiré abriendo el diálogo diciendo que enseñar es, en definitiva, aprender de la vida, del mundo, del otro, de los otros. Enseñar es aprender dialógicamente, dialécticamente.

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